Lesiones comunes en deportistas: Condropatía rotuliana
Qué es, y cómo prevenirla
¿Qué es la condropatía rotuliana?
La condropatía rotuliana puede definirse como la lesión del cartílago
articular que tapiza la cara posterior de la rótula. Podemos hablar de
un proceso degenerativo del cartílago, que es considerado como normal en
el envejecimiento, y que en determinadas circunstancias aparece a
edades más tempranas en función de patologías que afectan a la rodilla o
por el exceso de presión de la rótula sobre el fémur de forma
repetitiva, como ocurre en el running. La condropatía rotuliana es común
en los deportes en los que existe un fuerte impacto de los miembros
inferiores sobre el suelo y es muy frecuente en los atletas que
practican carreras de larga distancia.
¿Cómo se trata esta lesión?
Como en todas las lesiones la evolución varía en función de múltiples
factores tanto internos como externos. Si el problema aparece como
consecuencia de alguna patología pasada o por alguna alteración de la
estática o de la dinámica del miembro inferior, habrá que corregir éstas
(hiperpronación del pié, síndrome de mala alineación patelar,
luxaciones o subluxaciones recidivantes de rótula, etc.). Tampoco
deberíamos olvidar que en muchas ocasiones el uso de unas zapatillas
inadecuadas puede provocar cambios en los apoyos y en las cargas que
pueden reproducir el problema.
Sin embargo, vamos a centrarnos en aquellos casos en los que, sin
existir patología previa ni ninguna otra alteración, comienzan a
manifestarse los síntomas.
La primera medida a tomar es el reposo deportivo relacionado con
cualquier actividad que implique contacto contra el suelo. El hueso
subcondral está sufriendo a cada impacto, así que debemos disminuirlo
todo lo posible.
Desde el punto de vista fisioterápico, en esta primera fase no se
puede hacer gran cosa, salvo intentar disminuir el derrame articular y
el edema si lo hubiera, utilizando las diferentes técnicas de
electroterapia de las que se dispone, crioterapia y masaje evacuatorio
si fuera preciso. Existe una complicación muy común en estos casos de la
que hablaremos en próximos artículos y que sí puede tratarse durante
esta fase: tendinitis del tendón rotuliano.
Con el reposo deportivo y las medidas indicadas ayudamos a nuestro
cuerpo a reaccionar frente al problema. Como el hueso subcondral está
sufriendo una mayor sobrecarga nuestro cerebro “ordena” aumentar la
actividad osteoblástica y se produce un refuerzo en la zona afectada
para protegerlo (esclerosis ósea). Esto consigue que el dolor disminuya e
incluso que desaparezca, pero la lesión del cartílago perdurará en el
tiempo.
Desde el punto de vista médico se suelen utilizar tratamientos
farmacológicos con sustancias presentes en el líquido sinovial de la
articulación para ayudar a reforzar la nutrición del cartílago (ácido
hialurónico, mucopolisacáridos, etc.), lo que puede frenar de alguna
manera el proceso degenerativo. Pero lo que se ha destruido no se
recupera, ya que el cartílago no tiene poder regenerativo al no estar
vascularizado. A veces incluso se intenta aumentar la densidad del
líquido sinovial para espesarlo ligeramente y ayudar a amortiguar más
las cargas.
En una fase más subaguda, y siempre y cuando no exista derrame
articular, la fisioterapia puede ayudarnos mediante ejercicios que
tonifiquen el cuádriceps. Con esto se conseguirá estabilizar el
movimiento de la rótula sobre el fémur reduciendo el exceso de presión,
aunque siempre debe ser supervisado por un fisioterapeuta ya que hay
ejercicios que pueden ser perjudiciales.
Para los casos más crónicos y graves o para deportistas de élite, el
tratamiento quirúrgico es una opción: microperforaciones, autoinjertos
de cartílago, cultivos de condrocitos, etc. Es una manera de poner freno
a la lesión pero no es una garantía para volver a la práctica del
running.
¿Cuáles son los síntomas?
El síntoma más importante y característico es el dolor en la región
anterior de la rodilla, relacionado con la actividad deportiva, y que
empeora según se incrementa el ritmo y/o la intensidad de dicha
actividad. A partir de aquí los síntomas pueden aparecer en nuestra vida
diaria y suelen aumentar muy a menudo en ciertos gestos como al subir y
bajar escaleras.
A veces pueden aparecer crepitación y crujidos, y en el caso de haber
sufrido previamente una luxación o subluxación de la rótula, puede
aparecer también inestabilidad rotuliana.
Para poder entender la posterior evolución de la lesión debemos
entender en primer lugar qué es lo que duele y por qué. El cartílago
articular no tiene terminaciones nerviosas, de manera que no se puede
sentir dolor propio del cartílago, y tampoco llegan a él vasos
sanguíneos, con lo que se nutre exclusivamente del líquido sinovial de
la articulación.
Entonces, ¿de dónde viene el dolor? Lo que ocurre es que el cartílago
se va degenerando, va perdiendo consistencia, se cuartea y empieza a no
ser eficaz en su función de amortiguación de los impactos, de manera
que el hueso subcondral (parte de hueso que tapiza dicho cartílago y que
está inmediatamente por debajo de éste) comienza a recibir una mayor
carga en cada impacto. El dolor aparece porque el hueso subcondral sí
está inervado y, consecuentemente, está sufriendo mayor carga de lo
habitual.
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